Novedad Amanecer en África

29.3.16


Ha llegado el día: Scarlett Butler por fin nos presenta a su nuevo niño: Amanecer en África. En abril saldrá en papel, pero si no puedes esperar hasta entonces ya lo tienes en formato electrónico en Amazon.

Sinopsis
Cada día es un nuevo comienzo, nunca es tarde para volver a sentir.
Una doctora en busca de la felicidad, un médico destrozado por un trágico suceso. Ambos buscarán reescribir su vida. Volverán a renacer gracias al amor en un pequeño poblado africano. 
Cada día es un nuevo comienzo.

Sarah Collins es una cirujana enamorada de su profesión, pero nunca ha contado con el apoyo de su familia, que pertenece a la alta sociedad americana. Hastiada de llevar una vida infeliz, decide acabar con todo y se marcha a un poblado de África Central para ayudar a los más necesitados trabajando en un hospital y así cumplir su sueño desde que era joven. Allí conocerá el verdadero significado de la pobreza, los conflictos, el dolor y el amor.
Elliot Savannah es un médico misterioso que acude a la misión en Obandé para ayudar a la joven doctora. Allí encontrará aquello de lo que huye: volver a sentir. 
En un pequeño poblado, ambos volverán a renacer, gracias al amor que empiezan a sentir. Pero no todo es lo que parece, y tendrán que enfrentarse a varios obstáculos que encontrarán por el camino. ¿Podrán superarlos y ser felices, o todo habrá sido un sueño en el corazón del país africano?

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Muchísima suerte amiga. Auguro un nuevo éxito de tu novela.



Muestra gratuita Ojalá no fueras tú

7.3.16


Buenos noches.


Os traigo la muestra gratuita de Ojalá no fueras tú que podéis leer en Amazon.

Actualmente la novela está en promoción podréis comprar por tan solo 0,99€ hasta el 14/03 o bien comprar vuestro ejemplar dedicado en papel por 10,95€ gastos de envío incluidos con marcapáginas de regalo y dedicada.


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Dedicado a:

Prólogo



Érase una vez, en un pueblo de montaña de cuyo nombre prefiero no revelar, una mujer aún en pijama y con lagañas en los ojos se sentaba en un sillón al lado del ventanal y con una libreta en la mano se disponía a contar una historia.
Bueno, estoy por tachar el primer párrafo, así no se empieza un prólogo ¿o sí? Al fin y al cabo lo que tienes entre manos es un libro, un cuento y ya no solo por la historia que relata, sino el proceso de la misma autora hasta llegar aquí.

A Bea la conocí a través de su blog, la pasión por la romántica nos unió y poco a poco nos fuimos conociendo, estrechando el cerco hasta llegar a este punto donde día a día vamos escribiendo, compartiendo y aprendiendo juntas.
Tengo la suerte de haber vivido el nacimiento de esta historia desde que era tan solo un esbozo; de esta escritora cuando solo era un sueño, una ilusión. Todo este proceso me ha hecho revivir momentos que son inolvidables y que, cuando eres la protagonista, los nervios hacen que no puedas vivirlos al cien por cien. Por eso desde aquí le doy las gracias a Bea por dejarme participar en todo el proceso y disfrutar al máximo que la perspectiva y la antigüedad otorga. Los nervios, esa ilusión mezclada con el canguelo de si realmente juntas solo palabras o llegas a trasmitir todo lo que deseas.
Encontrarnos en Barcelona después de meses y verla emocionada perdida al tener ya todas las piezas del puzzle. El rompecabezas de la trama.
La ilusión, el miedo, la incertidumbre… el leer y releer.
El subidón al poner la palabra fin.
Los nervios esperando las respuestas de los lectores cero.
Dudar de lo escrito, modificar, corregir y volver a escribir.
El comecocos de la autopublicación.
Hasta el calvario de encontrar la imagen perfecta para la portada.

Me queda hablaros un poco de Ojalá no fueras tú, pero esta esta historia de amor esconde tanto en su interior que me da miedo chivarme de algo sin darme cuenta. Trata de segundas oportunidades, de cómo el odio puede cegar y de cómo el amor puede hacer desvanecer esa ira.
De querer vivir la vida y no solo contemplarla de lejos.
De creer en los dictados del corazón y no dejarse llevar por prejuicios.
De ambiciones y luchas de poder.
De problemas del mundo, de sobrevivir versus consumismo.
Y ya no os digo más porque sé que al final acabarás peleando con Jon y enamorándote como Laura.

Espero no haberme alargado mucho, ya solo queda despedirme.

A ti lector decirte que disfrutes de esta novela como si fuera un bombón, a mordiscos pequeños para que se disuelva lentamente en el paladar.

A Bea, nunca tendré palabras suficientes para agradecerte tu apoyo en mis principios como escritora. Te deseo una aventura literaria con muchísimos “fin” y todos ellos llenos de éxito. Gracias por dejarme formar parte de esta experiencia tan especial.

Un abrazo enorme. Nos leemos.

Pueblo de montaña, domingo por la mañana.
Dona Ter








1


Marzo de 2015

LAURA

Mi habitación es un lugar frío, inhóspito, solitario, cruel... Y todo porque él ya no está, se fue sin decir nada, sin dar más explicaciones que una burda excusa de un viaje de trabajo que tenía que hacer. Era mentira, lo supe en cuanto me lo dijo, mis peores presagios se confirmaron cuando leí la nota que dejó encima de la mesa de la cocina antes de marcharse. Apenas unas líneas.
“Laura, quiero el divorcio. No me llames, no me busques, no te pongas en contacto conmigo, nos vemos en el juicio”.

Ésa fue toda su explicación. Casi tres años de relación acababan de un plumazo con una nota rápida, el armario sin su ropa y mi corazón hecho trizas. El final de una historia que comenzó un sábado de primeros de octubre del otoño de 2011. Hacía un día helador, con un viento muy molesto y el cielo amenazaba lluvia de un momento a otro. Era uno de esos sábados por la mañana en los se respira un ambiente perezoso hasta bien entrado el medio día en los que parece que hasta a los pájaros les da pereza volar del frío que hace. La calle estaba despejada, las tiendas sin gente y el pulso siempre frenético de Madrid estaba detenido.
El reloj marcaba las once de la mañana cuando iba de compras por la calle Serrano. Aunque no era lo más habitual en mí (ir por la mañana de compras), ese día era una excepción. Me lo merecía después de que las negociaciones con los clientes americanos hubieran ido muy bien y que, gracias al trabajo que habíamos realizado en mi departamento, la empresa fuera a conseguir un importante contrato que iba a traer unos cuantos ceros a la cuenta de resultados. Por eso, darme un capricho era lo menos que podía hacer. A pesar de la hora que era, ya había entrado en las tiendas más exclusivas de la capital: Chanel, Versace, Guess y Hoss Intropia... Unas botas altas con el bolso a juego escandalosamente caros habían sido mi recompensa. Al salir de una de las tiendas vi en una esquina un chico de más o menos mi edad (veintiséis le calculaba) sentado en la acera, con la mirada fija en el suelo y un sombrero enfrente para pedir limosna. Vestía ropa vieja, barba larga y parecía que llevaba varios días sin ducharse. Para no sentirme mal después de todo el dinero que me había gastado, saqué del monedero unas monedas y se las di.
Pasó bastante tiempo, calculo que un par de meses, hasta que volví a ir de compras. Al pasar por aquella esquina y mirar hacia un lado, recordé que era el mismo chico de entonces y le volví a dar dinero. Como esta vez no tenía monedas dejé en su sombrero un billete de diez euros. Una limosna muy generosa, pero con mi sueldo me lo podía permitir.
Volví el siguiente sábado y el siguiente del siguiente, y el siguiente del siguiente del siguiente. No sé por qué, pero había algo que me impulsaba a ir cada sábado por esa misma esquina y que se repitiera la misma escena: pasaba con apariencia despreocupada, me paraba enfrente de él, abría la cartera y le daba dinero. Unas veces más, otras menos, pero nunca menos de la cantidad que le di el segundo día. No oía un gracias, tampoco me miraba, parecía como si no existiera... Después de pasar cuatro sábados seguidos por el mismo lugar repitiendo exactamente los mismos movimientos, ya empezaba a estar molesta con ese chico. Hasta que por fin, el cuarto sábado que pasé, algo cambió. Escuché un débil gracias y le miré en el mismo momento que levantaba la cabeza hacia a mí y vi unos profundos ojos grises. No sé qué pasó, cuando lo hice, noté como si el tiempo se parara, dejó de hacer frío, el viento gélido amainó, e incluso creí ver como se abría un claro en cielo. Su mirada era la de alguien derrotado, pero que se mantenía orgulloso, altivo. Solo fui capaz de murmurar un tímido “de nada”, aunque después de decirlo empecé a sentirme incómoda. Una parte de mí quería seguir hablando con él, pero la otra no se atrevía. Sonreí débilmente y me despedí con la mano como si fuera una niña pequeña que saluda a un desconocido desde el coche de su padre.

De nuevo al siguiente sábado volví a pasar por la misma esquina: abrí la cartera, algo más insegura que las anteriores ocasiones, cogí el billete y me agaché ‒era una novedad‒, lo dejé suavemente dentro del sombrero, lo que me permitió verle más de cerca.
—Hola —dije.
—Hola. Gracias por el dinero.
—De nada. No es ninguna molestia — sin saber muy bien cómo me di cuenta de que le estaba tendiendo mi mano—. Me llamo Laura.
—Hola Laura —respondió él. ¿Es que no pensaba decirme nada? Me pregunté molesta.
—¿Y tú eres…?
—¿De verdad le interesa mi nombre, señorita? —preguntó el rostro sin nombre.
—¡Claro! Si no, no estaría preguntándotelo.
—Mi nombre es Jon.

Una voz me saca de mis recuerdos. Eran tan reales que porque sé que ocurrieron hace mucho tiempo, sino diría que estaban ocurriendo frente a mis ojos.
—Laura, ¿estás lista? —me pregunta mi madre, Natalia.
—Sí —respondo algo confundida.
—Vamos, que Roberto nos está esperando en el coche —coge mi mano y le agarra de su brazo—, ¿nerviosa?
—Un poco —reconozco.
—Tranquila, todo irá bien.
—Eso espero.
—Confía... —esbozo una sonrisa inquieta.






Lunes, 10 de marzo del 2015


JON

—Mañana es el día, ¿estás seguro? Todavía puedes dar marcha atrás. Piénsatelo bien, que te vas a arrepentir...
—No empieces de nuevo, la decisión está tomada, ya lo sabes.
—Ayer me dejaste muy preocupado, tenías muy mal aspecto.
—Tranquilo, estoy bien.
—De acuerdo, no insisto más. Te deseo suerte y cuídate mucho.
—Gracias, te llamo cuando salga.
—La esperaré. Un abrazo.
Cuelgo el teléfono.

Estoy en la habitación de mi apartamento. Me arreglo la corbata enfrente del espejo que hay al lado del armario. Me fijo en mi aspecto, el traje caro me sienta muy bien. Me acabo de afeitar y llevo mi pelo negro engominado hacia atrás, lo tengo bastante largo, me llega hasta casi los hombros.
No soy amigo de las cremas así que me he tenido que duchar con agua helada para quitarme el cansancio y tener un aspecto más saludable. Todo para tratar de disimular que llevo días comiendo mal y que apenas duermo desde hace una semana. Hoy más que nunca tengo que dar buena imagen.
Tengo una mezcla de sensaciones contradictorias. Por momentos estoy contento, feliz de que haya llegado este día y en otros siento que me muero por dentro. Las mentiras, el pasado y las circunstancias fueron demasiado. Yo fui demasiado.

Detrás de esta apariencia de hombre decidido que refleja el espejo, no puedo evitar sentir que algo no encaja. Aunque con el día de hoy se cierra una etapa y por fin mis muertos podrán descansar en paz, me siento más vacío que nunca, ni siquiera cuando ahogaba mis penas en alcohol me sentía como hoy. Debería estar feliz, pero algo me dice que pare todo esto, que todavía puede que exista la posibilidad de arreglarlo de otra manera. No paro de preguntarme: ¿de verdad ha merecido la pena? ¿Estoy haciendo lo correcto? Creo que últimamente he visto demasiado a Gregorio, ha hecho que empiece a tener dudas absurdas. Necesito desechar esos pensamientos, no me llevan a nada.

Me repito una y otra vez que es porque por fin se hace justicia. Prefiero arrepentirme de lo que hago por la memoria de mis muertos que lo que dejo de hacer por los vivos. Hace muchos años que estoy muerto en vida. Soy un espectro. He esperado desde hace mucho tiempo este día y no se pueden ir al traste por las dudas de última hora. Hoy por fin se ajustarán las cuentas, aunque sé que nunca ocurrirá nada que satisfaga insaciable sed de venganza. No puedo parar. No voy a parar. Prefiero morir haciendo justicia que vivir dejando que gane el Mal. Algún ingenuo podría decirme que yo no estoy capacitado para decir qué está bien y qué está mal, pero ese infeliz no sería capaz ni siquiera de imaginar lo que sentí con sus muertes y la de Mónica... Ellos son la razón por la que he llegado hasta aquí, hasta casi rozar la victoria con los dedos, y ahora, más que nunca no puedo fallarles. No puedo fallarme.

Me miro otra vez en el espejo y repaso un mechón que no ha terminado de quedar bien peinado, cuando estoy satisfecho con el resultado, salgo de la habitación y voy a la cocina. No tengo hambre, pero aún así me obligo a tomar un café que consiga terminar de despertarme. He quedado con Berta, mi abogada, a las ocho de la mañana en una cafetería cercana a los juzgados de Plaza de Castilla. Dice que es lo recomendable en estos casos. Tenemos que repasar mi declaración y ensayar una vez más las respuestas que cree que me hará el abogado de la otra parte.

Cuando llego al local media hora más tarde la veo de pie al fondo de la barra con una taza de café en la mano mientras lee el periódico del día. Está tan distraída que no se ha dado cuenta de que estoy a pocos pasos de ella. Es una mujer bastante atractiva, de complexión delgada, tiene el pelo corto y no es demasiado alta. Cuando me ve, cierra el periódico y deja la taza en el platillo que hay encima de la barra. Nos saludamos con dos besos. Está nerviosa y trato de tranquilizarla, haré todo bien. Me mostraré como el marido deshecho que ha tenido que presentar una demanda de divorcio porque ya no soporta más a la loca de su mujer.

Las directrices son sencillas: ser correcto, no faltar el respeto al tribunal y tampoco al resto de presentes en la sala, mostrarme abatido y ser condescendiente sin que se me note. Respiro hondo, yergo la espalda, levanto la cabeza y pongo mi mirada de triunfador. Yo puedo hacerlo, voy a hacerlo. Salgo con fuerzas renovadas de la cafetería, más seguro que nunca de lo que voy a hacer.

Después de unos minutos de callejear, llegamos a la puerta de nuestro destino, el juzgado. Hombres y mujeres que entran y salen del edificio en una locura controlada. Unos muy seguros de sí mismos van con prisa con sus clientes tratando de seguir su paso frenético. Dentro, la escena es diferente, mientras espero en la cola para pasar el control de policía me fijo que hay otros muchos abogados mucho más inseguros. Ésos mismos van de un lado para otro preguntando a unos y a otros, e incluso a veces dan vueltas en círculos. Me dan lástima, seguro que se enfrentan a su primer juicio o son becarios. Ellos solos se han metido en un océano lleno de tiburones, sin todavía ser capaces de mantenerse a flote, que así es como me imagino a los abogados.

Me quito el cinturón y dejo el maletín encima de la cinta de rayos X para pasar el control de seguridad. Veo a Berta en el otro lado que ya se ha puesto la toga, llego hasta su lado y la sigo, vamos en silencio. Subimos hasta la primera planta por las escaleras, giramos a la derecha y nos paramos enfrente de la puerta donde se va a celebrar el juicio. Hemos llegado con bastante tiempo de antelación. Berta dice que le gusta llegar antes que la parte contraria, a los jueces les agrada la puntualidad. Presentarse el primero en un juicio es como el que en una pelea da el primer golpe, ya le podrán tumbar en el suelo, pero el primer impacto lo ha dado él.

A los diez minutos veo aparecer a la que todavía es mi mujer, acompañada por su madre Natalia y por su amiga Patricia de la que va agarrada de su brazo. Por su actitud veo que Laura está inquieta, se siente fuera de lugar, extraña. No es para menos, yo me encuentro exactamente igual que ella. La conozco y sé que si pudiera huir lo haría, hay una pequeña parte de mí que también desearía hacerlo.
Detrás de ellas se acercan un hombre y una mujer que llevan puesta la toga. Ahora que están más cerca y que están a punto de entrar en la sala, reconozco al hombre, es Roberto, un amigo de Laura que durante un tiempo también lo fue mío, en concreto hasta que le pedí el divorcio. Ella le pidió ayuda, mi falta de explicaciones y evasivas fueron determinantes para que él al igual que todos los demás, se alejaran de mí.  A la mujer que también lleva toga no la reconozco, Berta me dice que es la procuradora.
Laura, se quita las gafas de sol y veo que tiene los ojos rojos, la nariz hinchada y la cara descompuesta. Me mira y trata de reprimir las lágrimas con un clínex que lleva arrugado en la mano. No quiero, no debo, no está bien, una cosa es imaginar este momento y otra cosa vivirlo. Estoy en un callejón sin salida, por un lado sé que estoy haciendo lo que tengo que hacer, pero a la vez hay algo dentro de mí que se rompe y me aprisiona el pecho. No quiero mirar, pero a la vez no puedo dejar de hacerlo, yo soy el único responsable de esas lágrimas, del dolor que le estoy causando. No aguanto más, como siga más tiempo aquí voy a acabar flaqueando y soy capaz de cometer cualquier tontería. Decido ir al baño, me encierro en una cabina y me permito un momento de debilidad. Lloro, lloro como no lo hacía desde hace años, esta angustia me puede, me quema por dentro. Si realmente pudiera hacer lo que quiero hacer, si las circunstancias fueran otras, saldría de aquí e iría al pasillo, me cargaría a Laura al hombro y saldría huyendo con ella del juzgado. Secaría beso a beso esas lágrimas y las transformaría en lágrimas de felicidad, sé que me ama, sé que a pesar de todo lo sigue haciendo.
Descarto el pensamiento, no va a suceder, sé que no lo voy a hacer. Quito el pestillo, cojo un poco de papel higiénico y me lo guardo en el bolsillo del pantalón del traje. Me lavo la cara por, ¿cuánto? ¿Cuarta vez en esta mañana? Ya he perdido la cuenta la de veces que he tenido que refrescarme así  para tratar de apartar pensamientos que hoy no debo tener, me seco y me dispongo a salir de nuevo al pasillo, cuando la puerta se abre de repente veo que es Roberto, no me dice nada, pero su mirada lo dice todo… y no es para menos.
Cuando salgo del baño veo a Berta, que está esperándome en el pasillo nerviosa, tiene miedo de que algo salga mal. El recuerdo de hace dos noches la perturba, sabe que tiene una responsabilidad mayor, no solo se juega el puesto como mi abogada, también se juega el de mi cama. No hay margen de error. Tiene que salir todo perfecto. No me conformaré con menos. Si sale algo mal, será solo culpa suya. Soy el cliente, y por lo tanto siempre tengo la razón. Yo pago por resultados, no por servicios. Si me diesen igual podría haber llamado a cualquier abogado de barrio con una minuta modesta y no a uno de los mejores despachos de Madrid. Tengo dinero, puedo permitírmelo.
Se acerca disimuladamente a mí y me toca el pecho con la mano mientras me mira con los ojos cargados de deseo. En mí solo encuentra unos músculos duros y fríos. No siento nada por ella, no siento nada por ninguna otra mujer que no sea la que tengo enfrente de mí completamente desecha, y ni siquiera a ella la amo. Me repito una y otra vez que solo amé una vez y fue a Mónica, mi novia de la universidad. Me reitero como un mantra que con mi casi ex-mujer sí he sentido atracción, lujuria, pasión, pero no amor. Aún así no puedo evitar sentirme como el cerdo que soy.
Aparto disimuladamente la mano de mi abogada de mi pecho y pongo distancia con ella. No quiero que Laura, la única mujer que realmente me importa en este juzgado piense que no sé estar en una situación como ésta. Bastante tengo con que piense que quienes le advirtieron sobre mí tenían razón. Intenté apartarlos de mi camino, pero no pude hacerlo del todo. Aún así ella se fió de mí, creyó en mi palabra tanto que llegó a casarse conmigo a pesar de que su entorno era reticente a ello. Estoy seguro de que para ella el día de nuestra boda fue el más feliz de su vida; para mí también, pero por motivos muy distintos. Por eso, no quiero que ella vea ningún tipo de coqueteo entre Berta y yo para no añadir uno más a mi lista interminable de pecados. Es tan larga que cualquier persona normal necesitaría varias vidas para cometerlos todos, a mí poco menos de tres años me ha bastado.
La miro de nuevo, está algo más calmada. Me devuelve la mirada intensamente y me suplica sin palabras que la saque de aquí. Ni siquiera es capaz de odiarme en este momento y yo a ella tampoco. No la odio. Sé que es una buena persona y que no tuvo la culpa de nada, pero no puedo impedirlo. Ella no es más que una ficha del tablero de ajedrez, solo que ella, sin saberlo, es la pieza clave. Cuando tenga todo lo que me pertenece por derecho le contaré toda la verdad. Entonces le diré quién soy, antes no, se podría ir todo al traste y no he llegado hasta aquí para tirarlo todo por la borda. Por eso aparto la mirada hacia la pared de cristal que da a la calle. Necesito serenarme de nuevo, no puedo perder la calma que recuperé hace unos instantes en el baño. Tengo que hacerlo bien, me repito. “Jon, no puedes fallar, estás aquí, tienes que hacerlo bien”. “No te dejes guiar por tus sentimientos”. “Recuerda el pasado Jon, se lo debes a ellos y a Mónica, se lo debes a tus recuerdos”. “Quienes te arrebataron todo se merecen tu venganza Jon, ella es la única manera de vengarte”.
Cuando hacen daño a los que quieres preferirías ser tú quien lo sufriera y eso genera dolor, rabia, impotencia... La única forma que tengo de devolver parte del dolor que me ha causado la familia Norton es a través de Laura, solo que, aunque me cueste reconocerlo, yo también sufro. No me importa, me iría gustosamente al más horrible de los infiernos con tal de arrastrar conmigo a esa familia. Fueron ellos quienes me quitaron todo. Me despojaron de una vida tranquila, feliz junto a mi familia y mi novia; me arrojaron a soledad, miseria y humillación. Justo cuando estaba empezando la mejor época de mi vida me arrebataron todo de la peor manera, sin avisar. No tuve tiempo de despedirme de ellos, de decirles que les quería, que les quiero, que fueron los mejores padres y la mejor pareja. No pude pedirles perdón por mis errores. No pude darles el último abrazo, el último beso. Me los arrebataron de un plumazo como si la vida de las personas no valiera nada, como si las personas no fueran importantes.
Me dejaron solo y todo, ¿por qué? ¿Para qué?... Me hago estas preguntas sin acertar a saber cuáles son las respuestas y eso es lo que más me duele. La incomprensión, las plegarias a un dios que no escucha, que ayuda a quien no la necesita, que castiga al débil y al que no tiene nada. Recuerdo la impotencia que sentí durante los años que estuve viviendo entre cartones por no poder cambiar nada. Trataba de no recordar un pasado feliz, eso dolía aún más y tenía que sobrevivir entre gente de la peor calaña, pero los recuerdos volvían de improviso en el peor de los momentos. Momentos que ya nunca más volverán, que no se repetirán, ni entonces ni ahora, por eso estoy aquí. Nunca, jamás el dolor que cause en la familia Norton será suficiente.





2


Un sábado de enero de 2012

LAURA

Hoy, como los anteriores sábados, he vuelto a venir por la esquina de Jon. Durante toda la semana me repito una y otra vez “Laura, el sábado no vas a ir por la esquina. No se te ha perdido nada, no le conoces y puede meterte en problemas”, pero cuando llega el jueves empiezo a flaquear y el viernes hablo frente al espejo repitiéndome que voy porque me parece simplemente buen chico y que en cualquier momento podría dejar de verle sin problema, y el sábado por la mañana me veo enfrente de mi vestidor eligiendo ropa para volver a verle. No puedo dar una explicación razonable del por qué, pero siento la necesidad de verle cada sábado a la misma hora, las once de la mañana.
Tardo más de diez minutos en convencer a Jon de que me deje invitarle a tomar un café. He conseguido hacerlo diciendo de que no me daba ninguna pena, que al fin y al cabo no le conozco de nada y que es porque me apetece un café y me da corte tomármelo sola en la cafetería. Cuando se levanta de la acera deja sus escasas pertenencias para evitar que le quiten el sitio. Solo puede estar fuera diez minutos, ni un minuto más. Accedo, al fin y al cabo “me da mucha vergüenza tomar un café sola”. Subimos por la calle Goya, que poco a poco se va llenando de gente y va recuperando su pulso normal, entramos en una cafetería que hace esquina: abre la puerta y me deja pasar primero. No me importa quién me pueda verme aquí con él. Es un mendigo, sí, pero seguro que es una buena persona, y si está viviendo en la calle, es porque algo muy grave le habrá ocurrido.
Nos dirigimos hacia la barra y pido dos cafés y un cruasán. Le digo que vaya cogiendo mesa, no sin antes preguntarle.
—¿Qué mermelada prefieres fresa o de melocotón?
—Melocotón —contesta mientras se sienta.
—Vale —pago y cojo los dos cafés que dejo con cuidado en la mesa y vuelvo a por el plato con el cruasán, cuatro paquetitos de mermelada y cuatro de mantequilla. Me siento enfrente de él de cara a la ventana. Pienso que seguramente no habrá desayunado todavía y no voy a preguntarle, pero mi filtro cerebro-boca falla y me oigo preguntar:
—¿Habías desayunado ya?
—No —confiesa—. Me he despertado un poco más tarde de lo normal.
—Vaya... —digo sin saber muy bien qué decir, pero mi boca chancla vuelve a aparecer y pregunto
—¿Y eso?
—¡Qué rico está todo! —cambia de tema.
—Me alegro de que te guste —sonrío sincera.
—Gracias. De verdad, no tendrías que haberte molestado. Me he fijado que vienes mucho por la esquina en la que estoy, ¿vives por aquí? —me sorprende que sea tan directo y que se haya fijado en mi rutina de mis últimos sábados. Me siento un poco intimidada, apenas le conozco no quiero darle mucha información, pero no puedo no responder.
—Sí —miento. El desayuno y la residencia de cada uno no son temas cómodos para hablar. La realidad es que aunque mis padres y también gran parte de la gente que conozco viven en este barrio, yo vivo en las afueras. Desde la segunda vez que le vi he adoptado una nueva costumbre, la de venir a ver a mis padres todos los sábados para pasar por su esquina y darle dinero. Lo cual es absurdo ya que veo a mi padre todos los días en el trabajo, con mi madre y mi hermana quedo de vez en cuando para ir a un spa o cualquier nueva actividad que podamos hacer juntas.
—Vivo por esta zona, los sábados por la mañana tanto en verano como en invierno suelo ir a dar una vuelta al Retiro y después me suelo sentar debajo de un árbol a leer hasta la hora de comer —improviso una excusa tan elaborada que hasta casi me la creo yo también si no fuera porque es mentira. Es cierto que me gusta leer, pero en casa debajo de una manta frente a la chimenea con calcetines gordos y con una luz indirecta que ilumine el libro.
—Pero, ¿no hace mucho frío para que lo hagas también en esta época?
—Sí, pero como ves —señalo el abrigo que he dejado en la silla de al lado de la que estoy sentada, voy bien abrigada y además necesito que el sol me dé en la cara, me carga las pilas.
—Entiendo —termina de tomar el café en silencio. Somos dos desconocidos que no tenemos nada que contarnos, así que aprovecho este instante de tranquilidad para pensar. Me fijo en que la cafetería poco a poco se ha ido llenando. Van pasando los escasos minutos sin darnos cuenta.
Me sorprende cuando interrumpe el silencio y me confiesa que se resistió tanto porque no quiere dar pena a los demás. Supongo que debe ser un mecanismo de autodefensa que tiene quien ha sufrido mucho. Me doy cuenta de que estoy conjeturando demasiado cuando apenas le conozco. Jon me confirma que mi intuición es cierta. No quería que le invitara a un café porque la lástima es el peor de los sentimientos que se puede generar en alguien. Cuando se está en su situación y se llega a ese punto la persona deja de ser autónoma y se convierte en un ser sin vida, sin personalidad propia. Cuando no se tiene nada, lo único que queda es el orgullo. Puede que tenga razón, tengo que madurar más esa idea.
—Bueno, Laura —interrumpe mis pensamientos que de nuevo han empezado a divagar—, muchas gracias por el café y el bollo, pero no quiero robarte más tiempo de tu lectura de sábado. Yo ya debería volver a mi esquina si no quiero que me quiten el sitio. Aunque no lo creas has hecho mucho más por mí que mucha gente. Hasta otro día.
—Hasta luego —contesto mientras extiendo la mano muy profesional y me da la suya.

Algo pasa, me mira a los ojos y siento un escalofrío, no de miedo, sino de placer. Su mirada es intensa, perturbadora, abrasadora, siento una breve conexión que sin duda no seré capaz de olvidar. Él es el primero en recuperar algo de cordura y aparta su mano de la mía mientras yo comienzo a sentirme fuera de lugar. Ahora no sé si ha sido tan buena idea invitarle a tomar un café, hace diez minutos no contaba con que sucediera esto. Tras el momento de confusión que creo que él también ha sentido, lo veo salir por la puerta de la cafetería. Algunos clientes me miran confusos y los camareros me lanzan miradas curiosas de manera mal disimulada. No me importa lo que puedan pensar, no tengo nada que ocultar, más bien ellos deberían sentir vergüenza por no hacer algo que yo sí he hecho y que si él acepta repetiremos la semana que viene aunque todavía no sea capaz de identificar lo que acaba de pasar hace un momento. Ya no tengo dudas, volveré el próximo sábado por su esquina para invitarle a un café, otra vez aparentaré y diré a mis padres que vengo a recoger los tuppers para toda la semana porque mi madre cocina mejor que yo. De nuevo vendré y haré lo mismo.




De la sala al calabozo, marzo de 2015


JON

—Tenemos que ir pasando a la sala —me dice Berta.
—Sí, vamos, detrás de ti —hago un gesto galante con la mano.
—Gracias —pasa por delante de mí con una sonrisa triunfante cuando roza de manera nada casual mi entrepierna.
—¿Dónde me siento?
—Te tienes que sentar en la fila de asientos situada frente al estrado, yo lo haré a la derecha de la mesa central, y la procuradora a mi izquierda.
—Muy bien.

Las filas de asientos están divididas por un pasillo, me siento en la primera fila y al otro lado de la sala veo a Laura sentada en la última fila en el asiento que está pegado a la pared. Esta vez, me permito recorrerla de arriba a abajo con la mirada y me fijo en su ropa, va vestida entera de negro. El jersey le marca sus voluminosos pechos, no lleva ni una gota de maquillaje y aun así, estando ojerosa, está muy guapa. Sus preciosos ojos azules brillan, pero no de felicidad sino de haber llorado hace muy poco tiempo. Su madre y su amiga están con ella tratando de animarla de manera inútil. Parece como si Laura estuviera en un funeral y en cierto modo es así, estamos asistiendo al funeral de nuestro matrimonio. Vamos a ser testigos del fin lento y doloroso de nuestra vida común. Yo me he propuesto desplumarla, quitarle todo, no quiero que tenga un solo euro tras nuestro divorcio. Cuando me ven que las estoy observando, sonrío socarronamente y hago un gesto de saludo con la mano. Sé que eso ha dolido. Un gesto tan infame que ha ido a darle donde más duele. Soy un maldito mal nacido.

Novedad, de ti para mí

3.3.16

Novedad de autora autopublicada.

Hoy os traigo una novedad muy especial, se trata de la novela de Sofía Parra. Recuerdo que contactó conmigo a través de Facebook por un anuncio en el que pedía en un par de grupos que por favor todas las novedades autopublicadas me avisaran. Solo recibí su mensaje y el de poca gente más, y por fin hoy puedo anunciarlo como se merece.

Sofía te deseo toda la suerte del mundo en esta aventura literaria en la que hoy cumples un día. Ojalá se vendan muchísimos de tus libros y sigas escribiendo. Aquí, en este pequeño lugar apartado del mundo tienes tu espacio para lo que necesites.

Las malditas estrellas de Amazon

2.3.16

Meses o quizás años pensando en tu novela y de repente una vez que la publicas no haces otra cosa que ver  y 1 y 2 estrellas. Te entra el agobio, empiezas a dudar de que tu historia sea buena y recuerdas que frase tendrías que haber cambiado o corregido, ¿te suena? Sí, tú, yo y todos hemos pasado por eso.

El primer comentario malo es el peor piensas "pero cómo narices dice eso de mi historia si es maravillosa" depresión nivel máximo. El segundo te lo tomas con más gracia" otro/a que no se ha enterado de nada", el tercero ya empieza el momento de "me cago en la leche (perdón por la expresión). ¿A ver si va a ser verdad y mi novela no vale para nada".¿Dónde está toda esa gente a la que le ha gustado mi novela? ¿Por qué no comenta? Si son 20 palabritas de nada... Sí son 20 palabras de nada que alguien a quien no le ha gustado tu historia no le ha importado poner, pero a alguien que se ha enamorado de tu historia no las pone porque no le apetece/no quiere o simplemente no entiende el valor de las estrellas en Amazon.