Ventana de libertad

22.4.20

¡Hola, hola!

Habitualmente nos quejamos de la falta de tiempo, de que no podemos hacer lo que nos gusta, que no podemos estar con nuestra familia, amigos, y así es.

Estamos camino de nuestra sexta semana de confinamiento en el lugar que tanto deseábamos estar (nuestra casa), pero tras los primeros días que se agradecía estar más tiempo con quienes convivimos, empieza a pasar factura. Es lógico por el tiempo que llevamos encerrados, por los datos del Gobierno que no cuadran por ninguna parte, con las decisiones cambiadas en sucesivas ocasiones y por la falta de información a la que nos vemos sometidos. Vivimos en la sociedad de la información y estamos más desinformados que nunca.

Esta pandemia parece que ha venido para quedarse, dicen que en otoño habrá otro rebrote y volveremos a estar confinados. No sé si será así, pero la esperanza que tengo es que los cambios positivos que ha traído esta situación sean para no marcharse. El teletrabajo se está instaurando a marchas forzadas, no solo en la empresa privada, sino también en la Administración del Estado. Mucho más dramática es la situación de aquellos pequeños y medianos empresarios que con sus negocios están pasando estrecheces cada vez más severas y con la incertidumbre de si podrán abrir o no de nuevo. También, los trabajadores a los que le han hecho un ERTE. En definitiva, la mayoría  hemos sufrido un cambio radical en nuestras vidas que nos ha hecho alejarnos de nuestras vidas reales. Tras tantas semanas de encierro nos hemos visto entero el catálogo de Netflix, Amazon Prime y HBO; leído la mayoría de los libros que teníamos pendientes, hemos hecho ejercicio, nos ha dado por cocinar y jugado por encima de nuestra salud mental a los juegos de mesa. Estamos hartos.

Bodas aplazadas, viajes cancelados, despedidas a familiares que no se han podido dar y un largo étc de planes frustrados por esta situación. Nuestro único momento parecido a la libertad es el que salimos a nuestras ventanas a las 20:00 a aplaudir a quienes se dejan la vida para que nosotros podamos vivir en una rutina atípica que nos tiene alejados de la normalidad. Ellos están dando el Do de pecho mientras nosotros nos sentimos como animales enjaulados para que podamos lo antes posible vivir, abrazar, reír...

No os voy a engañar, hace unas semanas escribía un post súper positivo de los atributos del confinamiento, sucesos tristemente luctuosos me han hecho pasar uno de los peores momentos de mi vida que ni siquiera me han permitido disfrutar plenamente de la publicación de mi segunda novela.

Este confinamiento nos ha hecho aprender a valorar lo que es sentir un rayo de sol en la cara, los abrazos que estamos deseando que lleguen, y estamos hastiados de que los besos que no van más allá de las pantallas de nuestro móvil u ordenador, de esas palabras que cuando se susurran en el oído no notamos el ligero cosquilleo por el aire que sale al ser pronunciadas por esa persona especial. De esa piel que se echa de menos, de esos ojos que no pueden mirar a los del otro, de esas formas que solo podemos apreciar por una pantalla a la que cada vez estamos cogiendo más manía.

Este confinamiento es nuestra guerra, la que debía vivir nuestra generación y la de nuestros padres. Sufrir la penuria de no tener todo cuanto queramos, porque ahora, lo que más deseamos no es nada material, sino algo mucho más de verdad, el afecto, el cariño, el tiempo de estar con todos los nuestros. Prefiero no pensar en las ganas que tengo de tomarme una caña en una terraza, de escuchar esa voz tan especial, de reírme con mis amigos, de dar esos abrazos que no han llegado o de dar por fin el adiós como se merecía a quien se lo merecía todo.

Ya que no podemos volver para atrás en el tiempo, ojalá el confinamiento termine pronto y podamos recuperar esa normalidad que tanto echamos de menos. Ojalá que la libertad esté pronto más allá de nuestra ventana.


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